"El último día del festival, el más importante, Jesús se puso de pie y gritó a la multitud: ¡Todo el que tenga sed puede venir a mí! ¡Todo el que crea en mí puede venir y beber! Pues las Escrituras declaran: De su corazón, brotarán ríos de agua viva" (Juan 7:37-38).
En
sus diversos estados de líquido, gaseoso y sólido, el agua es
inspiración del arte en sus diversas expresiones, al igual que simboliza
la presencia de la divinidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo,
en nuestra fe cristiana.
La vida proviene de Cristo, quien es fuente de la verdad, del Espíritu Santo, quien santifica, transforma y alimenta el alma; y del Padre, quien no desampara a sus creaturas y abre caminos y fuentes en el desierto (Isaías 41:17-18). Dios marca el nuevo comienzo de la vida cristiana del creyente:
"Jesús contestó: Cualquiera que beba de esta agua pronto volverá a tener sed, pero todos los que beban del agua que yo doy no tendrán sed jamás. Esa agua se convierte en un manantial que brota con frescura dentro de ellos y les da vida eterna" (Juan 4:13-14).
El símbolo de pan y del vino en la Santa Cena, inspiran sentimientos de acción de gracias, de sacrificio, de entrega, de filial afecto y desapego de las ataduras físicas. La Eucaristía es sañal de abandono y de seguridad en las promesas divinas y eternas Dios:
"Y debido a su gloria y excelencia, nos ha dado grandes y preciosas promesas. Estas promesas hacen posible que ustedes participen de la naturaleza divina y escapen de la corrupción del mundo, causada por los deseos humanos" (2 Pedro 1:4).
En la Santa Cena, los elementos del pan y del vino, expresan y responden a las inquietudes humanas de entender el alcance y el costo de la salvación eterna. La Eucaristía ilumina las mentes hasta de los más indiferentes y escépticos a la fe, para comprender que el cuerpo y la sangre de Cristo se hacen presentes:
"Pues mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. Todo el que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él" (Juan 6:55-56).
Igual valor y semejantes sentimientos evocan y avivan los símbolos del aceite, la señal de la cruz, la luz, los colores, la imposición de manos, las vestiduras o alguna otra representación que forma el tejido significante, que se usan en los signos sacramentales.
Las realidades invisibles, divinas y espirituales adquieren relevancia y evidencia segura, claridad y certeza en los símbolos sacramentales. Los símbolos que se usan en los ritos sacramentales, no sólo son gestos, acciones y lenguaje humano, sino que se convierten en la real presencia de Dios en medio de la humanidad.
Los símbolos evocan valor y sentimientos porque Dios se hace presente a través de los sacramentos.
La única manera en que Dios le habla a los seres humanos es a través de la misma creación. De ahí que los símbolos evoquen valor y sentimientos en la humanidad, realizan la voluntad de Dios, significan la acción del Espíritu Santo y perpetuan la acción salvífica de Cristo, hasta alcanzar la gloria eterna.